No es fácil enfrentarse al folio en blanco. El mayor problema que presenta es el gran flujo de
pensamientos que van y vienen. Ideas, conceptos, formas… abstracción. Caos. Desorden.
¿Cómo afrontar todo esto al entrar en un lugar, en un espacio abierto, en nuestro folio en
blanco? No hay truco, ni procedimiento establecido, que no suponga pasar por la psicología de
mirar más allá de lo que existe frente a nosotros. Y esto aplica tanto al espacio en sí como a
quien va a disfrutarlo en última instancia.
Todo lo que se hace para alzar un proyecto está directamente relacionado con la energía que
se capta de los espacios y de las personas, y al mismo tiempo es el resultado de la suma de
energías que se pretenden transmitir. Es en ese momento, cuando observas a tu alrededor y
conectas con el lugar y con la persona, en el que el caos que azotaba la mente comienza a
tener sentido. Ante ti aparecen las emociones que los propios espacios buscan compartir con
sus visitantes. Visualizas formas, volúmenes, texturas… y en la mayor parte de las ocasiones
pesan más las razones de la energía que la practicidad de una estantería de metal en un
rincón, o la elección de cemento pulido para un suelo. El diseño controla las emociones
evocadas por la energía que emana de los recuerdos e impulsos que habitan el espacio,
transmitiendo infinidad de sensaciones. Por eso hay lugares que sugieren calma, nos motivan o
nos producen nostalgia. Los espacios tienen que contar historias, crear sensaciones y producir
experiencias, conectando con el subconsciente de quien los visita.
Todo depende de la persona. Por eso, muchos proyectos son de madera, de metal, piedra y a
todo color.
Pero otros son en blanco y negro, porque así vemos a la persona.